martes, 15 de mayo de 2007

El Cliente Nunca Tiene la Razón



No sé Ustedes, pero en los últimos tiempos yo tengo la sensación creciente de que el tipo que entra en un establecimiento a comprar es tratado como un verdadero gilipollas. Ese maltrato se constata en cualquier sitio donde se pueda adquirir algo, ya sea una verdulería, un taxi, un restaurante, un taller o una inmobiliaria.

Hace años, muchos años, no sólo se decía, sino que se practicaba, el lema de que “El Cliente Siempre Tiene la Razón”. Los dependientes trataban al cliente con educación, con respeto, escuchaban sus preferencias e intentaban contentarlo, cerrando una venta que fuera satisfactoria para ambas partes. Incluso era frecuente encontrar algo de sinceridad, cuando a uno lo atendían.

Hoy es justo al contrario: el cliente nunca tiene la razón y además es un hijueputa al que hay que joder. El cliente, por el mero hecho de demandar un producto o servicio, ya es culpable de algo. No es un menda que va a darte de comer y a contribuir a que tu negocio florezca, no. Es un capullo que viene a interrumpir tu descanso, un gilipollas que viene a molestar con sus impertinencias, un imbécil al que hay que engañar y colarle al doble de precio el peor y más polvoriento producto que tengas en el fondo de tus roñosas estanterías.

Puede que el problema sea yo, no lo voy a negar. Puede que en realidad YO SEA GILIPOLLAS y puede que por esa característica intrínseca de mi personalidad sea el prototipo de individuo tontaina predispuesto a que lo estafen. Una especie de imán para la mierda ajena. Aún así, estoy seguro de no ser el único.

En cualquier caso, estoy harto de que el vino que me recomiende el camarero sea una puta mierda (no tenía el que yo le pedí a pesar de anunciarlo en la carta); asqueado de sus uñas negras (combinadas con su fingida amabilidad de barrio); cansado de las mentiras de los mecánicos (joder, si tú eres el mecánico, ¿por qué soy yo quien tiene que buscar por ahí los recambios?); hasta las narices de que las consecuencias de la ineptitud ajena recaigan siempre en mi cuenta corriente.

Harto de no tener nunca la razón. Estoy por no salir de mi casa. En los últimos tiempos he reducido tanto la lista de restaurantes, tiendas y negocios variados por haberme sentido estafado, que voy a terminar por alimentarme con mi propia mierda. Con tal de no salir a comprar.

5 comentarios:

Akroon dijo...

Sr. Mantel;

No está Usted solo... por megafonía de los grandes almacenes, las señoras de blusa hortera, cara de mal-folladas (o directamente no-folladas), sobacos sudorosos y pestilentes, labios perfilados en color negro-muerte y voz cazallera, suelen reclamar mi atención para que me dirija a algún departamento llamando a la Sra. Gilipollas, Akroon Gilipollas... y eso que en el Registro Civil (ése que da para tanta libidinosidad) jamás vi que constara ese apellido...

Le voy a contar algo que es estrictamente cierto. Le prometo que no es invención ni literatura, ésto me pasó, y tengo dos testigos que pueden avalarlo.

Estaba junto a otras dos personas en un restaurante dispuestos a cenar. No era un lugar que tuviera grandes pretensiones, pero tampoco el cutre-bar de la esquina donde el bocata de tortilla tiene ese sabor de plancha grasienta. Simplemente un local normal y corriente.

Encima de la mesa, la cortesía de las aceitunitas para ir haciendo boca. Hubiera preferido que las trajeran al sentarnos, y no que todas las mesas ya las tuvieran dispuestas aún sin comensales.

Mientras mirábamos la carta, íbamos picando aceitunas y depositando higiénicamente los huesos (de las aceitunas, se entiende). Estaban maceradas con hierbas. Tomé una y me extrañó notar un sabor mentolado. Pensé que tal vez me hubiera tocado una que habían macerado con menta o hierbabuena, aunque sería la primera vez que lo viera.

Mientra me hallaba yo mascando mi aceituna y a punto de depositar el hueso, uno de mis acompañantes señaló dentro la bandejita de aceitunas y preguntó "¿qué es esto?". Una materia blanquecina, elástica y húmeda... ni corta ni perezosa, la toqué. ERA UN CHICLE MASCADO!!!!!!!! Y yo había tenido la mala suerte de comerme la aceituna que estaba a su lado. Mierdasssssssssssssssssssss!

Llamamos al camarero. Nos cambió el platito de aceitunas. Vino el encargado a disculparse y decir que no entendía cómo había pasado. Que tal vez alguien que había entrado lo había tirado allí... que si bla bla, que si ble ble, que si blu blu.

Creí que al menos nos invitarían al café, como descargo por no revisar las mesas... Pues no, oiga... Nada de nada...

Decidí que no volvía más.

Le entiendo por no querer salir de su casa... pero piense que no tiene que alimentarse de su propia mierda. Podría ser contraproducente. Haga su pedido por internet y que se lo suban a casa. La web no le mirará con cara de asco.

Educados y Complacientes Saludos.

Srta. Effie dijo...

Pues a mi me encantaría entrar en una ventería de lo que fuera y que el dependiente me maltratara de alguna manera. Él se sentiría con mucho poder en ese momento y yo sonreiría, tomaría aire y con toda la paciencia del mundo le haría mirar hacia dentro y salpicarse de su más asquerosa miseria de hombrecito-con-poder sobre los demás. Sería más barato que un terapeuta y se me quedaría el cutis monísimo.

No me gustan las personas que ejercen autoridad y poder innecesarios sobre los demás.
No me gusta la gente que abusa.
No me gusta la gente que usa y tira sin miramientos.
No me gusta la bolita del mundo y cada vez me gusta menos gente que la habita.

Y dicho esto, telón.

Sean felices.

JOHNNY INGLE dijo...

Ay, querida Effie, a mí también me repugna la gente que abusa de la autoridad: el otro día vi a un hombre maduro por la calle tocándole las tetas a una mujer policía y me pareció eso, grotesco, un abuso de la autoridad. No no.

Sra. Akroon: eso que a usted le ha pasado es de lo más asqueroso que a uno puede tocarle. Aquí tenemos un programa de TV Canaria, En clave de ja, donde el número estrella es que dos de los actores cómicos, hombre y mujer, se pasen el chicle masticado de una boca a la del otro. La gente se desternilla, y grita, pero es mucho asco ver eso.

Sr. Mantel: le comprendo perfectamente. hace unas semanas me quejaba yo de que aquel pescado que comí en un Restaurante pretencioso por 50 Euros la barba estaba muchísimo más ruin que un pescanova congelado que yo pudiera hacerme en casa con papas fritas. Y en efecto. Acabo de comerlo en casa: muchisimo mejor. A ese restaurante no pienso volver en mi vida.

Akroon dijo...

Estimado Sr. Ingle;

Estoy en tratamiento para recuperarme del shock... tengo pesadillas por las noches en que grandes chicles babeados me persiguen como un Alien. Es horrible.

Consideré la idea de reclamar daños y perjuicios, pero supondría revivir la escena una y otra vez...

Anónimo dijo...

Pues no, las cosas han cambiado. El cliente NUNCA tiene razón, y menos si es capaz de llamar a un 902. Desde los tiempos en que sí tenía razón se ha creado una generación de consumistas compulsivos con nivel adquisitivo suficiente para comprar todo tipo de gilipolleces innecesarias. ¿Cómo van a tener razón? Vivimos en un sistema donde todo el mundo roba a todo el mundo. A ti te han estafado, pero tu empresa, que es la que paga tu sueldo y mantiene tu puesto de trabajo, a su vez, también roba en cantidades industriales. Vivimos en plena fase retroalimentada de Alibabá & los Cuarenta ladrones. Los antiguos rojos rojísimos os hubieran hinchado a hablar de la dinámica canibal del capitalismo. Es por eso que el cliente, hoy, no tiene razón. Tiene categoría de 'cliente' porque se puede permitir el lujo de consumir. Y puede consumir porque trabaja en un sitio donde a su vez estafan a otros clientes. Ciao.